La inmensa mayoría de las fotografías hechas en la actualidad podrían ser calificadas de, perdónenme la expresión, fotografías malogradas. Desde el inicio de la fotografía y hasta el advenimiento de las cámaras digitales una fotografía era un objeto, normalmente un trozo de papel en el que se había registrado, por diversos medios, una imagen obtenida de la realidad. Esto era universalmente así incluso en las técnicas en las que las imágenes podían ser visualizadas sin papel, como la diapositiva. A pesar de que su propósito principal era ser proyectada, la diapositiva tenía un soporte material, era un objeto que se podía tocar y en el que la imagen se podía ver directamente con los ojos.
Pocas, muy pocas, de los millones de imágenes registradas por los sensores de nuestras cámaras se materializan como una copia fotográfica. La mayoría no superarán el estado embrionario de un archivo de datos. Es curioso, tanto han cambiado los usos, que ahora hasta es necesario añadir calificativos como ‘impresa’ o ‘en papel’ al sustantivo ‘fotografía’ para dejar claro que estamos hablando de una copia fotográfica. Antes, el significado de la palabra fotografía quedaba totalmente definido. Por supuesto que era en papel, cómo iba a ser si no.
Este masivo abandono de la copia como producto final de nuestros actos fotográficos no solo se da en la fotografía testimonial, de recuerdo de nuestras vacaciones o de los cumpleaños de nuestros hijos, sino también en aquella fotografía considerada seria, que aspira a desarrollar una faceta artística o creativa, independientemente de que quien la desarrolle sea profesional o amateur. Aunque la fotografía artística o creativa aún resiste algo mejor los envites de la virtualidad imperante hoy en día, muchos de los portafolios actuales se limitan a una colección de imágenes en una web. Pocas de esas imágenes virtuales se materializarán en el bello objeto que puede llegar a ser una copia fotográfica.
Al tomar este camino nos estamos privando de una parte esencial del placer de la fotografía: el arte de elaborar y compartir una copia fotográfica. Paradójicamente este abandono de la copia ocurre en una época en la que nunca hubo tantos ni tan buenos medios para elaborarlas. Aunque la técnica fotoquímica tradicional, particularmente de blanco y negro, sigue teniendo el potencial de ofrecer unas copias de alta calidad, su elaboración es compleja, requiere medios costosos y parte de un negativo, normalmente expuesto en una cámara de las ahora mal llamadas analógicas. Todo esto la relega a un sector minoritario. Hoy las copias fotográficas son mayoritariamente copias impresas digitalmente.
La técnica de impresión digital ha revolucionado la copia fotográfica poniendo al alcance de cualquier fotógrafo la capacidad de realizar, con total comodidad y un grado de control extraordinario, copias en color de una calidad nunca vista. Ya no son necesarios ni productos químicos, ni cuarto oscuro, ni ampliadora, solo se necesita un ordenador y una impresora fotográfica. Sé que para algunos esta digitalización de la copia le quita el alma y la magia, y entiendo perfectamente ese pensamiento. Ver surgir la imagen en un papel fotosensible, en la cubeta de revelado, bajo la tenue luz de seguridad del laboratorio, tiene algo mágico que no se puede comparar con una impresora ‘escupiendo’ una copia. Pero tanto los resultados como la practicidad de la impresión digital son incuestionables.
Otra ventaja de la impresión digital es la variedad de soportes disponibles sobre los que imprimir. Al margen de soportes exóticos como metal o madera, la gama de papeles para impresión fotografía disponible en la actualidad es apabullante. Solamente entre Canson y Hahnemühle, dos de los fabricantes de papel más reputados del mundo, ofrecen unos 50 tipos diferentes de papel fotográfico: con acabado liso o texturizado; brillante, perlado, satinado, lustre o mate; con sustrato de algodón, alfa celulosa o baritado. La gama intimida a la hora de hacer una selección. Cada uno dotará a la copia de una personalidad propia y no todos son adecuados para cualquier fotografía. La selección del papel es un arte.
En 2019 los amigos de Color3arte, conocedores del valor de una buena copia como buenos profesionales que son, iniciaron un interesante proyecto de exposición itinerante de un pequeño colectivo de fotógrafos. El propósito era dar a conocer el valor del papel como elemento expresivo adicional en la fotografía. La exposición consistía en un conjunto de fotografías impresas en diferentes papeles poniendo de manifiesto la importancia del soporte en la expresividad de la fotografía. El título de la exposición no pudo haber sido más acertado: “Si no la imprimes, no existe”.
El tamaño de la copia es también otro elemento de gran importancia. Al producir una copia fotográfica liberamos a la fotografía del corsé de la pantalla. La copia ya no está sometida a la dictadura de unos pocos millones de pixels en unos pocos centímetros cuadrados. El espectador puede jugar con la distancia de visualización de la copia y el autor puede jugar con su tamaño para provocar diferentes sensaciones. Hay fotografías que nacen para ser expuestas a gran formato, como suele ser el caso de los grandes paisajes. Las sensaciones que se experimentan viendo estas copias llenas de detalles sencillamente no se pueden experimentar frente a un monitor, mucho menos frente a la pantalla de un móvil.
Pero no solamente el producto final enriquece al fotógrafo y a su obra, también el proceso puede ayudar a ser mejor fotógrafo. Procesar una fotografía para impresión habitualmente obliga a prestar una atención al detalle mucho mayor que cuando se procesa para mostrar en pantalla. Aspectos que en la pantalla pueden pasar desapercibidos, son de extraordinaria importancia en la copia. La pantalla es un medio de baja resolución y como tal es muy tolerante frente a los defectos de las fotografías. Cuando se procesa una fotografía para mostrar en una web se reduce el número de pixels originales hasta en un 95%. Sobran muchos pixels, y con los pixels que se van, también se van el detalle y muchos de los defectos. Cuando se procesa la misma imagen para imprimirla a un tamaño A3 o A2 ya no sobran pixels, toda la información del archivo se traslada al papel. Entonces conceptos como precisión del enfoque, profundidad de campo, trepidación, resolución de la cámara y calidad del objetivo empleado pasan a ser determinantes para alcanzar la excelencia en la copia. En definitiva, fotografías que se ven bien en la pantalla pueden resultar verdaderos fiascos a la hora de imprimirlas.
Al final, por si todo lo comentado no fuera suficiente, también está la satisfacción de tocar tus fotografías. Al hacer copias, al transformar las imágenes en objetos bellos, la experiencia fotográfica adquiere, al menos para el autor, una nueva dimensión. Tomar una de tus copias entre las manos, impresa en un papel Fine Art de gramaje elevado es toda una experiencia sensual, permite disfrutar de la fotografía con un sentido inesperado: el tacto. Si no me creen, hagan la prueba, impriman sus fotografías.
The negative is is the equivalent of the composer's score, and the print the performance.
Ansel Adams.
Al final conseguirás que imprima alguna de mis fotos😅… aún siendo consciente de lo complejo, convencido de que existen profesiones más sencillas que la de impresor… De profesión?… Impresor.
Una excelente entrada Alberto😉
E imprimir con chorro de tinta es un juego de niños comparado con otras técnicas artesanales como la platinotipia o la impresión al carbón, pero eso es otro mundo alcanzable por unos pocos. Esas técnicas sí que requieren una profesionalización de la impresión.