Otra fotografía tomada desde el mismo lugar exacto que la anterior, tan solo girando la cámara 180 grados hacia la montaña. Una opción forzada por el terreno, ya que en la minúscula plataforma en que me encontraba apenas había sitio para montar el trípode. Llegar allí requirió descender por un terraplén de unos 15 metros de fuerte inclinación por un terreno de hojarasca, musgo y piedra suelta, inestable y muy resbaladizo por la humedad del río. Tan desfavorable era el terreno que estuve buscando más de media hora una línea de descenso al río desde la pista. Al final opté por la que me parecía menos difícil, sin tenerlas todas conmigo.
A medida que bajaba al río, agarrándome a ramas y troncos y adoptando posturas tan inestables como indecorosas, acompañaba a mis titubeantes movimientos con múltiples juramentos, que por respeto al lector me evito transcribir. No podía quitarme de la cabeza esas noticias de prensa en las que se relata como un chiflado tiene que ser rescatado por hacerse un selfie en un lugar en el que a todas luces no debería haber llegado. Madre mía, ¿me habría transformado en uno de esos individuos? Yo, un serio y responsable padre de familia. Y además solo y en un lugar sin cobertura. En una especie de proyección astral, hasta me imaginé a los osos olisqueando mi cuerpo tendido en el río. Al primer resbalón se me fueron de la cabeza todas esas tonterías y me concentré en bajar con la mayor seguridad de la que era capaz hasta la pequeña plataforma que se vislumbraba al lado de un haya madura y que parecía el mejor sitio para montar el equipo. Una vez allí, llegó el funambulismo de plantar el trípode y quitarse la mochila para sacar de ella la cámara, el objetivo y los filtros sin que me cayera nada al río. Mientras sacaba el material dudaba, si preferiría caerme yo al río o que se me cayera a él la mochila con mi valioso equipo fotográfico en su interior, la duda duró muy poco. Yo podría secarme.
El encuadre, muy condicionado por la imposibilidad de moverme más de medio metro ladera arriba o abajo, al final no quedó tan mal, y creo que refleja la belleza de un hayedo de montaña cantábrico. Una vez realizadas una docena de exposiciones (para asegurar) tocaba de nuevo el funambulismo de recoger el equipo y otra indecorosa ascensión por el terraplén tras la que llegué a la pista lleno de barro pero entero.
Datos técnicos: Canon EOS R, RF 14-35 f4/L, polarizador.
Galería Bosques y arroyos de montaña.
Afición de riesgo, pero mereció la pena por esta maravilla de foto.
Gracias Nacho.